Una variedad, un viñedo, una bodega, un vino. O lo que es lo mismo, tempranillo peludo, La Canoca, Señorío de San Vicente y San Vicente 2010. Esta es la manera de entregarnos el maestro Marcos Eguren uno de sus vinos más emblemáticos. En la segunda mitad de los años 80 del pasado siglo se seleccionó una finca de poco más de 18 hectáreas en una de las zonas más altas del municipio de San Vicente de la Sonsierra, de donde es vecina la familia Eguren, con un elevado gradiente térmico entre el día y la noche en la época de maduración de la uva y sustentado en un suelo arcillo-calcáreo, datos que conforman las directrices para la consecución de un vino espectacular.
En palabras del propio Marcos Eguren, el oficio del enólogo debe ser el de cuidar lo que la naturaleza nos da sin modificarla ni alterarla. Un gran suelo, unas buenas cepas, y un clima favorable unido a los cuidados meticulosos de un buen bodeguero sólo pueden dar lugar a un gran vino. Un vino que será grande en toda su evolución y que estará dispuesto a entregarnos diversos matices de su propia estructura a lo largo de décadas. Además, en el caso de la añada de 2010, el propio Marcos me comentó que había sido La Añada en sus bodegas, un año dificilmente repetible en el que la calidad y sanidad de la uva hicieron del trabajo en bodega mero trámite.
El vino que os traigo hoy es un monovarietal de la casi extinta variedad tempranillo peludo, que da un rendimiento muy bajo pero de gran calidad y concentración. Una joya de Rioja que lanza al resto del planeta el testigo de ser capaz de ofrecer la máxima calidad a un precio muy ajustado. A pesar de tratarse de una bodega dedicada a un único vino, con vendimia manual, y todos los cuidados posibles en el trabajo de la materia prima, el precio de la botella no supera los 30€, hecho prácticamente imposible de conseguir en otras zonas vinícolas por menos de multiplicar esa cifra de 10 en adelante. Los Eguren hacen en España vinos que pueden competir con los mejores a nivel internacional sin necesidad de sangrar nuestros bolsillos, sólo por eso ya merecen nuestra más sincera gratitud.
Este San Vicente 2010 ha recibido una crianza de 19 meses en barricas nuevas de roble francés en un 90% y americano en un 10%, con trasiegos cada 4 meses.
A la vista presenta un color picota muy oscuro con ribete granate, muy cubierto y con lágrima muy brillante y de media densidad.
En nariz muestra una enorme intensidad y complejidad. Notas de fresones, chocolate, vainilla y canela se unen a ligeros matices torrefactos.
En boca, tras una necesaria decantación de más de dos horas, posee una entrada redonda y amplia, con unos taninos maduros, casi sedosos. Notas de fruta madura, torrefactos, chocolate y roble cremoso crean un conjunto equilibrado, elegante y memorable. Vainilla y buena madera en la retronasal dan paso a un final largo y muy persistente.
Un vino que hay que probar al menos una vez en la vida, un ejemplo de sabiduría, elegancia y buen hacer en lo que a vitivinicultura se refiere. Marida de manera excelente con guisos potentes de legumbres, cordero, carnes rojas a la plancha, pescados en salsa y quesos bien curados. Mi calificación para este San Vicente en su añada de 2010 es de un 96 sobre 100.
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